Un boliviano lejos de su país nos cuenta su experiencia al regresar después de muchos años y el impacto especial que tuvo Cochabamba en su vida.
Nací en el oriente boliviano, concretamente en la ciudad de Trinidad, a la usanza antigua, donde muchos partos se daban en el hogar, dirigidos por una matrona con toda la experiencia a cuestas. Según mis padres, pasé poco tiempo de mi infancia en aquella pequeña urbe tropical de lluvias torrenciales y ocasionales surazos. Dada la época convulsa de mi nacimiento: en medio de golpes de estado, crisis social, política y económica, mis padres ya habían barajado la posibilidad de buscar posibilidades fuera de Bolivia, de modo que fueron pocos los meses que viví en suelo patrio.
Hice casi toda mi vida fuera de Bolivia, pero conocer mi país fue permanentemente una materia pendiente en mi vida. Lejos de mi patria, quise absorber toda información y lazos con aquella tierra que había dejado atrás en la infancia y de la que no tenía siquiera recuerdos.
No fue sino hasta que cumplí los veinti tantos años que la vida me dio el regalo de poder retornar a mi anhelado país. Recuerdo que fue una tarde soleada de nubes de algodón que crucé la frontera, sin documentos en mano que acreditaran mi bolivianidad y con el corazón al galope, mientras me preguntaba cómo me recibiría mi país después de tantos años de verme partir.
Conocer la ciudad sede de gobierno fue una experiencia alucinante para mi; en La Paz estuve por casi una semana alojado en casa de unos tíos maternos. El plan era llegar a Trinidad para gestionar por primera vez mi carnet de identidad, así que según el mapa, el itinerario por vía terrestre sería largo y agotador, pues debía seguir camino a Cochabamba, de ahí a Santa Cruz para finalmente terminar en la tierra que me vio nacer.
El bus llegó a Cochabamba casi al anochecer, en medio del bullicio de la gente que salía y entraba a la terminal. Yo, como novato en la Llajta, no tenía ni la menor idea de qué hacer y sin contactos a dónde llegar. Podía tomar una flota que me llevara directamente a Santa Cruz o aprovechar de quedarme a conocer la ciudad. Decidí tomar por una noche, en un discreto alojamiento de la avenida Aroma, un sencillo cuarto sin baño que tenía un fuerte olor a lejía.
Aquella noche caí vencido por el cansancio, respirando el aire casi seco de la ciudad. Al día siguiente caminé unas cuadras por la avenida Ayacucho y preguntado, llegué hasta la Plaza 14 de Septiembre. Me gustó la tranquilidad del casco viejo, pero el caos del comercio ambulatorio de la zona sur me mareó un poco. En realidad, mi primera vez en Cochabamba fue una experiencia extremadamente corta porque el bus que me llevaría a Santa Cruz saldría a las 22 horas de aquel mismo día.
La estadía en Santa Cruz y luego en Trinidad, me permitieron seguir descubriendo arrobado, por primera vez mi país. Estuve en Trinidad por unos meses disfrutando del sol, de la Laguna Suárez, de puerto Almacén y experimentando por primera vez ser presa de los mosquitos. Me alegró poder gestionar rápido mi documento de identidad boliviano. Por fin podía experimentar los deberes y derechos de un ciudadano con todas las de la ley.
Años después regresé en varias oportunidades a Cochabamba, ya que quedé subyugado por el clima, la gastronomía y las bondades de su tierra. En una oportunidad viví en la Llajta por casi un año y creo que fue una de las épocas más bonitas de mi existencia. Recorrí, creo, toda la ciudad, de sur a norte, de este a oeste, conociendo los principales lugares que un cochala debe conocer (aunque yo, sin serlo). Ver la ciudad desde la altura de la Serranía de San Pedro, a los pies del Cristo de la Concordia, cuando el sol empieza a esconderse por el oeste, como acariciando suavemente el valle es algo que no tiene precio. Siempre recuerdo cuando fui feliz en Cochabamba.
Creo que Cocha, a pesar de muchas cosas que le falta mejorar como ciudad: orden, limpieza, informalidad, etc. tiene una magia especial que hace que uno quiera regresar y desear quedarse. No es que me conozca toda Bolivia (Tarija está en mi agenda), pero de las ciudades que he conocido, Cochabamba es la que más me ha cautivado, no solo para visitar sino para quedarse y echar raíces.