No muchos podrían decir que el gobierno de Morales en sus casi catorce años no tuvo algunos aciertos que redundaron, al menos en el crecimiento macroeconómico de Bolivia, pero en democracia no se puede usar ese ni ningún otro argumento para querer eternizarse en el poder.
A estas horas el expresidente debe estar a buen recaudo en el país de los tacos y las enchiladas, aupado por toda la izquierda latinoamericana y mundial que llora desconsoladamente su caída y se empeña en hacerlo ver como la víctima de un siniestro golpe de estado. Pero lo cierto es que aquí no hubo ningún golpe de estado sino un levantamiento del pueblo que, cansado de su creciente talante dictatorial y sobre todo por el descarado y sinvergüenza fraude electoral, le dijo ‘hasta aquí nomás’. Recordemos que el levantamiento y la protesta civil es un derecho universal frente a un poder que intenta imponer y avasallar a un pueblo.
Morales tuvo la oportunidad de dejar el poder quizás en ‘olor a multitud’ el 2014 pero parece que el bicho “chavista-madurista-castrista-orteguista…” ya le había picado sin remedio y de Palacio Quemado no pensaba salir en muchos años más. Para ello, el fraude electoral (¿cuántos más habrán sido, no?) y buscar copar todos los poderes del estado, fue la estrategia de manual que han estilado otros tiranuelos de Latinoamérica y el mundo .
Este gobierno tuvo algunas cosas rescatables y buenas; sería mezquino no reconocerlo. El crecimiento económico de Bolivia es quizás el que más pesa al hacer sumas y restas de su larguísimo periodo como mandatario. Haber tenido los pantalones bien puestos para promover que los recursos naturales sean para beneficio del pueblo y no para que las empresas extranjeras se lleven toda la riquezas del país dejando migajas aquí, debe ser ejemplo para que los próximos gobiernos sigan en esa linea.
Pero lamentablemente a Morales se le subieron los humos y predicando ser el primer presidente indígena del país, se obnubiló con un museo en su memoria, una ‘dizque’ casa grande del pueblo en pleno centro histórico de La Paz que hace doler los ojos con solo mirarla de soslayo. O el flamante y costosísimo avión presidencial de casi 40 millones de dólares, son solo algunas ‘perlas de su creciente vanagloria. Quizás quiso estar a la par de sus compañeros del bloque comunista latinoamericano y pasar así a las ligas mayores de dictadorzuelos que tanto daño han hecho a esta parte del continente.
Lo cierto es que Morales ya no está, para alegría de muchos y desconsuelo de otros. A Bolivia le queda ahora voltear la página, apurar el camino democrático para salir de este vacío de poder y seguir mirando al futuro: establecer al presidente encargado que llamará a nuevas elecciones, esta vez con un órgano electoral totalmente independiente y transparente para que la real voluntad del pueblo boliviano (ahora sí) se vea reflejada con claridad en las próximas elecciones presidenciales.
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